Reflexiones del director
El periodismo puro y profesional tiene una misión muy clara: buscar la verdad, informar con rigor y guiar a la sociedad con honestidad.
Es el pilar de una prensa libre, la que defiende nuestras libertades.
Ese compromiso con la ética y las leyes es lo que ha hecho del periodismo un oficio serio y respetado.
Pero hoy vemos algo distinto.
Con la excusa de que “todos podemos comunicar”, hay mucha gente que se hace llamar periodista sin serlo.
Usan las redes y la tecnología para crear canales o programas, pero no cumplen con las reglas básicas del periodismo de verdad.
El problema es que, al final, el público se confunde.
¿Quién es periodista y quién no? El trabajo serio queda enterrado en un mar de dudas, porque cualquiera opina, entrevista o reporta como si fuera lo mismo.
Incluso políticos, empresarios o famosos crean sus propios medios, se ponen el disfraz de “comunicadores” y actúan como si fueran periodistas, aprovechando la libertad de expresión que todos valoramos.
Al final, es difícil distinguir entre el periodismo auténtico —aquel con ética y responsabilidad— y el que solo aparenta serlo.
Y eso nos afecta a todos, porque este no es un juego: es un oficio noble, y su credibilidad es fundamental.
¿Qué podemos hacer para protegerlo? Una primera clave está en la educación.
Desde las escuelas y universidades, debemos enseñar a las nuevas generaciones a valorar la diferencia entre un informe verificado y un simple rumor en redes.
Que entiendan que el periodismo es un servicio, no un espectáculo.
También nosotros, los medios serios, debemos redoblar nuestro compromiso con la transparencia.
Mostrar cómo trabajamos, citar nuestras fuentes, corregir errores con honestidad y dejar claros nuestros métodos.
Que la gente nos vea como lo que somos: trabajadores de la información, no opinadores.
Como sociedad, debemos ser más exigentes con lo que consumimos.
Apoyar económicamente a los medios que hacen bien su trabajo – mediante suscripciones o donaciones – es un voto de confianza fundamental. Debemos premiar el rigor, no solo el escándalo.
Por último, es vital que las leyes y la sociedad reconozcan y protejan la labor del periodista profesional.
No se trata de quitarle la voz a nadie, sino de distinguir y valorar a quienes asumen la responsabilidad legal y ética de informar.
La verdad no es un contenido más: es un bien público.
Fuente: Listín Diario