Danilo Arzeno
Lo vi volar y cantar feliz por el camino.
Automáticamente solté mi escopeta, me senté sobre la grama humedecida y empecé a llorar avergonzado.
Otros cazadores pasaron eufóricos por mi lado ignorando mi presencia. Yo les gritaba desesperado para que se detuvieran sin lograr mi propósito.
Luego… isonó un disparo! Y un rayo de luz como herido de muerte saltó del bosquecillo de la aldea y se perdió en el cielo, y en su trayecto, dejó suspendido en el espacio un hilo rojo y deslumbrante.
Todos los cazadores celebraron con morbosa alegría la muerte del ruiseñor.
Diamante, mi perro y mejor amigo, llegó corriendo, y llorando me dijo: «Amo, la aldea acaba de perder su inocencia y se quedó sin música».
Yo lo abracé emocionado, y llorando los dos, empezamos a caminar en busca de otra aldea.