El chauvinismo provinciano es a veces más apasionado que el nacional; sabemos, por ejemplo, que San Pedro de Macorís, o Santiago y La Vega fueron una vez centros de cotidiana actividad cultural (en Macorís del Mar, hoy cantera de peloteros, existía una banda de música femenina de envergadura, por solo citar una de sus tantas excelencias), pero uno hace creer que ignora tan floreciente pasado para resaltar lo suyo. Durante la primera cincuentena del pasado siglo, y aquí vamos!—–mucho antes de ser Puerto Plata relegada a centro de prostitución turística, los servicios religiosos en la Iglesia Parroquial eran a la vez conciertos, con todo lo que ello supone: coros, orquesta de cuerdas, maderas y órgano, con variado repertorio. Las cantantes solistas, algunas entrenadas en Europa, el coro y demás, deleitaban a los asistentes durante las misas y ceremonias bajo la dirección de Mercedes Cocco de Zeller, arpista, pianista, organista y directora coral, egresada también de escuelas musicales en París. Durante los servicios de menor importancia, sin embargo, la música caía bajo la responsabilidad de grupos vocales menores, tanto en edad como en formación. En ocasiones, la señora Cocco (doña Cheché le llamaban) presente en la feligresía, esperaba el final para reprender a los jóvenes coristas y su director por su errático cantar. Se sucedían entonces las excusas, tales como: no tuvimos tiempo de ensayar lo suficiente, la cantante principal está enferma, la tonalidad era muy alta, entre otras; la maestra, imperturbable ante los socorridos alegatos, por más atendibles que fueran, siempre concluía igual: no valen las excusas, mis hijos: cantar bien o no cantar!
Esta sentencia draconiana y evocadora a la vez de un nuevo Hamlet, motiva el presente artículo………
Como inicio, a qué se llama cantar bien? Cuales son las reglas de referencia para así decirlo?— Tratar de definirlo podría suscitar las mismas disquisiciones filosóficas buscando establecer con certeza qué cosa es la Belleza,—- y en el buen canto, de cierto, está bien implicada esta última. Hagamos pues una ronda periférica del asunto antes de caer en divagaciones estéticas.
Comencemos por lo más elemental: la afinación, también llamada entonación. Los sonidos musicales se producen mediante una vibración en el éter, y esta vibración se mide en términos de frecuencias; cada nota conlleva un determinado número de frecuencias de acuerdo a un fenómeno físico que la ciencia acústica llama, armónicos. Cuando un violín, una trompeta o la voz humana emite la nota “La”, digamos, si está correctamente afinada, vibrará 440 veces por segundo.—Al llegar a este punto el lector se preguntará seguramente: entonces, el cantante tiene que hacer todos esos cálculos durante una simple canción para estar afinado?—Respuesta, no, la Naturaleza escoge y dota al individuo en cuestión con un innato sentido de calculación instantánea e inconsciente.
Ahora, dónde en el cuerpo humano reside este órgano regulador de sonidos, de tal agudeza y precisión?. La ciencia, especialmente la neurología, nos ha proporcionado interesantes informaciones sobre la constitución del cerebro; conocemos donde se controla la locomoción, el habla y múltiples funciones más; aun, ha faltado un grupo de investigadores dispuestos a estudiar los impulsos de orden eléctrico, de equilibrio, cálculo y medida que tienen lugar en la completa estructura de un músico, en este caso, un cantante. Los presagios en este sentido son poco esperanzadores, si tomamos en cuenta el enlace de todos estos eventos de naturaleza física con el mundo insondable de los sentimientos y la emoción, parte primordial de cualquier buen intérprete. Si estos sugeridos investigadores llegaran a ser músicos, además, descubrirían que en el ordenamiento musical entran en vibración todas las células que componen el organismo humano, todas!, incluyendo el sistema nervioso completo, los cinco sentidos a la vez, en coordinación desde el cerebro hasta el mismo corazón. Lo anterior corresponde al llamado sentido musical, condición propiciadora de la afinación.
A propósito de todo lo anterior, nuestro sistema escolar está plagado de cantos desentonados, lo mismo en las escuelas públicas como en las privadas. Para comenzar las labores, al izar la Bandera el alumnado canta el Himno Nacional con entonación amorfa y difusa, producto de un “ensemble” que incluye justos y pecadores (buenas y malas voces), ante la indiferencia de los maestros y directores, y lo peor, con el asentimiento de los responsables de ese renglón. Una acción dirigida a aliviar este problema, podría ser simplemente separar las espigas maduras de las malas hierbas.
De vuelta a nuestro tema, cantantes hay muchos, profesionales y legos, capaces de expresar su canto con la más correcta afinación. Ahora, es que con esto basta para que sean aquellos considerados como eficientes? Respuesta, no!,—-seria solo un buen augurio.
Tal vez hemos debido comenzar tratando sobre la voz propiamente dicha, la calidad del sonido de esta como producto del almacenamiento y control del aire hasta la emisión final, asunto que a la postre, se resume en un solo haz con la afinación: uno y otro se complementan.
La función vocal tiene lugar mediante un perfecto mecanismo en el cual intervienen diferentes órganos. Diafragma, pulmones, cuerdas vocales, lengua, dientes, cavidad bucal, senos maxilares y frontales, ejecutan una maravillosa acción sincrónica, desde determinado lóbulo cerebral. Lo anterior describe la función mecánica estricta del proceso que se conjuga con la sensibilidad artístico-musical del individuo, manifestación de tipo puramente espiritual. En suma, la emisión de la voz y la calidad de la misma, aunque puede cultivarse mediante técnicas de desarrollo, no exime la presencia de factores innatos, no necesariamente hereditarios, incluso de connotaciones étnicas en variados casos. (Los apostadores a la re-encarnación sostienen otras ideas, que aunque no son adversas a las aquí mencionadas, se enmarcan en diferente orden de razonamiento).
Por el momento solo nos resta concluir esta letra dominical y así lo haremos no sin antes atildar lo siguiente: El don del canto es una dádiva del Cielo, y como tal, debe ser honrada con sometimiento y humildad en primer término; así mismo, observando disciplina y respeto. La mejor forma para hacerlo es teniendo presente las normas y el orden establecido, y sobre todo, en cada salida al ruedo, llevar siempre bien sellado en la mente y el corazón: cantar bien,……o no cantar!