Editorial
Son muchos los barrios de la capital dominicana donde sus residentes sienten un temor que los paraliza, debido al incremento de los hechos delictivos realizados por las pandillas.
Pandillas y pandilleros, con sus nombres de pila. Unas veces el tiroteo es entre bandas rivales, donde no faltan muertos y heridos, hasta personas del vecindario, que nada tienen que ver.
Generalmente quienes forman parte de esas pandillas, son menores o jóvenes que no pasan de los 25 años de edad.
Para ellos, lo mismo da, entrar a un colmado, como a una farmacia, o a un comedor. Asaltan en discotecas, bancas y personas de a pie, al regresar o encaminarse a sus lugares de trabajo.
La policía, con mucho trabajo. Los organismos de inteligencia, también. Unos sostienen, que la delincuencia ha bajado. Tal vez hicieron la medición, dentro de la Catedral Primada de América o en el camposanto de la Avenida Independencia.
Mantenemos el silencio, porque gracias a Dios, no nos ha tocado. Y nos mantenemos, como si ese problema no existiera.
Y se necesita escuchar voces de sacerdotes, Obispos, pastores, religiosos, legisladores, dirigentes políticos, Alcaldes, Concejales, representantes de los Derechos Humanos, maestros, abogados, periodistas, locutores, simples ciudadanos, familiares de guardias, policías y marinos, todos!
Por favor, hablemos ahora y no luego que la policía en “cumplimiento de sus deberes abate dos, tres, o cuatro de esos pandilleros en intercambios de disparos”.
Las pandillas solo siembran dolor e incertidumbre.