“No he sufrido nunca ese amor ardiente y arrebatado”, aseguró una de las autoras más prolíficas y vendidas del mundo. Escribió cerca de 4.000 obras a lo largo de su carrera, de las que vendió más de 400 millones de ejemplares, situándose en ventas por encima de autores de renombre internacional como Stephen King, Paulo Coelho o Tolkien.
“No me seducen las puestas de sol, ni las estrellas ni la luna llena. Solo aparecen en mis novelas para que se emocionen otros. Soy una mujer realista”, afirmó María del Socorro Tellado López (Viavélez, Asturias, 1926), “la escritora española más leída después de Miguel de Cervantes”, según declaró la Unesco en 1962. Corín, la mujer que en 1994 entró en la edición española del libro Guinness de los récords como la autora más vendida en castellano, cuya obra fue traducida a 27 lenguas.
“No es impropio decir que Corín Tellado, la escritora asturiana fue probablemente el fenómeno sociocultural más notable que haya experimentado la lengua española desde el Siglo de Oro –escribió en mayo de 2009 en el diario El País el ganador del Premio Nobel Mario Vargas Llosa–.
“Aunque esto parezca herejía, y lo sea desde un punto de vista cualitativo, no lo es desde el cuantitativo, porque ni Borges ni García Márquez ni Ortega y Gasset ni cualquier otro de los más originales creadores o pensadores de nuestra lengua ha llegado a tanta gente ni influido tanto en su manera de sentir, hablar, amar, odiar y entender la vida y las relaciones humanas como María del Socorro Tellado López”.
Su nombre sigue marcando el pulso de la novela romántica y quedó más que demostrado con el reciente acuerdo firmado por la editorial Planeta y Telemundo Global Studios. Es la primera vez que un estudio de producción de habla hispana cierra un acuerdo para conseguir la colección completa de un solo autor. De esta forma, Telemundo Global Studios podrá producir adaptaciones contemporáneas de las historias de Tellado en múltiples formatos (unitarios, series, películas) para televisión y plataformas digitales.
“Nací un 25 de abril (de 1927), domingo y a las ocho de la mañana, lo que indica, según la carta astral, que soy un ser humano con suerte –escribió Corín Tellado en el diario El Mundo–. No sé si la carta aludida será tan eficiente y eficaz, porque si bien he sido feliz en algunos extremos, he carecido de felicidad en otros. Pero no me quejo (…). Para bien o para mal, soy una autora que cuenta historias, con amor, con desamor, con tragedias, con lágrimas o con risas, siempre he buscado la mejor forma de entretener al público lector, ese gran público como se le suele llamar, que es el que nos alza o nos mengua, porque según les agrademos, así se multiplican las ventas”.
Él hubiera sido feliz con otra mujer, y yo lo hubiera sido con otro hombre, pero juntos éramos un fracaso como pareja. No teníamos nada en común
Ha narrado miles de romances, esa incansable búsqueda por el amor verdadero, dio vida a mujeres entregadas al placer, otras dispuestas a cumplir el sueño de casarse de blanco. Historias que surgían de su imaginación, pero que bien lejos estaban de su vida. Corín sí se casó, pero se vistió de negro. “Lo hice un poco por revancha y un poco por dolor. Por demostrar que no vivía de apariencias y que lo importante eran otras cosas”, cuenta en ¿Yo soy así?, la biografía que escribió la periodista Blanca Álvarez.
En ese libro, Corín explica que estaba harta “de pagarle las bodas a toda la familia” y que lamentablemente, su madre, sus cuatro hermanos y buena parte de la familia dependían de ella por comodidad. En ese entonces, con 33 años, su nombre era conocido y la cuenta bancaria iba en aumento. Blanca Álvarez asegura en ¿Yo soy así? que Corín sí se enamoró, por primera y única vez. Lo hizo de un marino cuyo nombre no quiso revelar. “Quería que dejase de escribir, que me convirtiera precisamente en una pueblerina, y no, ¡hombre!”, le contó a Álvarez. Él se casó con otra. Y Corín prometió casarse con el primero que apareciera.
En el verano de 1958, en Gijón, Tellado conoció a Domingo Egusquizagan, un delegado comercial de una compañía vasca, un hombre “guapo, bien plantado, limpio, dicharachero”, según palabras de la autora. Un año después, se casaron en las montañas de Covadonga. En la misma luna de miel, Corín sospechó que había sido una equivocación. Su hija mayor, Begoña, nació al año y Chomin, el varón, al siguiente. “Él hubiera sido feliz con otra mujer, y yo lo hubiera sido con otro hombre, pero juntos éramos un fracaso como pareja. No teníamos nada en común”, reconoció en una entrevista.
La situación no daba para más y la autora decidió separarse y quedarse con sus hijos. Tomó la decisión en un momento clave en su carrera. La Unesco acababa de proclamarla como el segundo autor en castellano más leído en el mundo, después de Cervantes. Tiempo más tarde reconocería: “Siempre fui muy libertaria y siempre hice lo que me dio lo gana. Pude permitírmelo porque ganaba mi propio dinero, pero, de todas formas, tampoco entiendo a las mujeres que aguantan y aguantan –le dijo al diario El Mundo–. No encajaba con alguien tan tradicional. Lo quise mucho. Era guapo y buena persona, pero su carácter era fastidioso, reñía, era un cascarrabias. Yo era mucha mujer”.
La relación con Domingo no se recompuso, ella no quiso. Durante años, él le escribió cartas que Corín nunca leyó. Los sobres permanecieron cerrados y el día que supo de su muerte, las quemó. “No me divorcié, simplemente, porque no tenía intención de volver a casarme. No me hacía ninguna falta un hombre”, declaró en la misma entrevista al medio español. En otra oportunidad confesó “haber fallado, eso me marcó. Lamento no haberme casado otra vez, pero es que nunca me divorcié. Cuando pude hacerlo, no existía el divorcio en España, y cuando se legalizó, el sol había pasado ya por mi puerta”.
Apodada Socorrín, por familiares y amigos –diminutivo del que derivó Corín–, única mujer de cinco hermanos, hija de un maquinista de la Marina Mercante y un ama de casa, vivió la Guerra Civil en Viavélez y en reiteradas ocasiones contó que puso colchones en las ventanas para protegerse de las balas y que allí vio la muerte, los cadáveres que quedaban en las zanjas. Fue también en aquellos días que descubrió los libros que su padre adoraba. Devoró las obras de Oscar Wilde, Dumas, padre e hijo, Blasco Ibáñez, Henry Miller, Miguel Delibes, Pedro Mata y Domínguez. “Tuve una infancia feliz y recuerdo con nostalgia aquellos años que coincidían con la Guerra Civil”, escribió. Al finalizar la Guerra Civil, su padre fue ascendido a primer oficial y la familia tuvo que mudarse a Bilbao y de allí a Cádiz.
El amor no era nada para mí’
En 1946, la prematura muerte del padre sacudió a la familia, la mala situación económica obligó a Corín a escribir por necesidad. El librero de Cádiz, donde compraba los libros que devoraba, puso en contacto a Corín con Bruguera, editorial que estaba a la búsqueda de jóvenes autores. De esta manera consiguió publicar su primera novela, Atrevida apuesta. “El amor no era nada para mí cuando escribí mi primera novela –señaló la autora–. Allí le eché imaginación. Yo no sabía nada de hombres ni de amores. Pero desde aquel día nunca me faltó un sueldo”. Al poco tiempo Bruguera la sumó a la nómina de la editorial. Corín nunca se detuvo, tecleaba Hispano-Olivetti 50 (una máquina de escribir) ocho horas seguidas. “Yo hilvano un argumento en cinco minutos –llegó a decir–. Las historias de la vida cotidiana me inspiran. Yo adorno con fantasía las realidades”.
En 1951 se instaló definitivamente en Gijón y firmó contrato con la revista Vanidades, con la que colaboró más de 50 años y le dio un fuerte espaldarazo en la difusión de su obra en todo el mercado hispanoparlante. Como dato curioso, la tirada de la revista pasó, casi inmediatamente, de 16.000 a 68.000 ejemplares. En aquel entonces, el corrector de la revista era nada menos que Guillermo Cabrera Infante, el autor cubano de Tres tristes tigres.
“Larga es la historia de mi asociación con Corín Tellado, a quien, muchas veces y en broma, llamé Corán Tullido –escribió Cabrera Infante en O (FCE), libro en el que le dedicó a la autora el capítulo que llamó Una inocente pornógrafa (Manes y desmanes de Corín Tellado)–. En 1965 supe que era una ‘española de verdad’ y que es, para asombro de muchos, pero no mío, el ‘escritor español más leído de todos los tiempos’ incluyendo, por supuesto, a Miguel de Cervantes (…). Abundan las peripecias sentimentales, marcadas por encuentros amorosos que son jalones de una historia romántica. Allí se ven (la prosa es efectivamente descriptiva) hombros femeninos temblando de amor, besos apasionados, caricias que expanden (o anulan) la percepción, labios como puertas-vaivén, ojos maravillosamente cegados, manos que acarician con suavidad (y eficacia) de taladro, abrazos en que se funden y confunden con los cuerpos. En fin, toda la parafernalia tumescente de la literatura erótica, pero envuelta en la aparente asepsia de los eufemismos”.
En la revista Etiqueta Negra, la escritora peruana Gabriela Wiener publicó el encuentro que mantuvo con la autora española, además de ofrecer una profunda mirada de su obra: “Los personajes de las novelas de Corín Tellado también eran capaces de remontar el tiempo: evolucionaron de chicas millonarias, extranjeras y casaderas en los años 60, a universitarias españolas que tenían que prostituirse para pagarse los estudios, en los 80. Pero su estilo, que según ella la propia censura franquista le ayudó a pulir gracias a sus constantes vetos, siempre fue más sugerente que directo. Si la censura le prohibía escribir sobre sacerdotes, ella los convertía en pastores protestantes. Ubicando sus novelas en el extranjero, Corín lograba escribir sobre abortos, divorcios y madres solteras. Y así siguió entregando una novela cada semana durante 60 años, también fotonovelas, relatos eróticos y guiones de telenovelas que se convertían en éxitos en América Latina, ese continente imposible de imaginar sin culebrones y donde llegó a pensarse que Corín Tellado no existía o que era el seudónimo de algún listo que escribía historias románticas en sus ratos libres para forrarse de dinero. Pero no, ella existía”.
En otros géneros
Con el seudónimo de Ada Miller, publicó novelas eróticas de bolsillo, 26 en total, pero según confesó no se sintió cómoda en el género. También escribió una colección de relatos juveniles. En la década del 70 sus libros comenzaron a ser adaptados, la primera película que se estrenó fue la dirigida por Antonio del Amo que estaba inspirada en su novela Tengo que abandonarte. En el 77, se conoció el serial radiofónico Lorena, historia de una chica de alterne. Las telenovelas encontraron en Corín una fuente de inspiración inagotable. “He buscado en mi mente la motivación de este afán al trabajo y he de confesarme a mí misma que soy trabajadora de nacimiento, que me gusta lo que hago y que quiera Dios que lo siga haciendo hasta la víspera de mi muerte, o como suele decirse, que me permitan morir con las botas puestas”, escribió en El Mundo. Y así lo hizo, Corín no paró nunca. El 11 de abril de 2009, murió en su domicilio de Gijón tras sufrir una caída ocasionada por un infarto cerebral. “Gracias a sus historias miles de mujeres creyeron estar conociendo el amor, los besos, las caricias en tiempos de contención y freno, mientras los literatos ‘de verdad’ las calificaban de cursis, moralistas y alienantes”, reflexionó Wiener.
Durante toda su vida, Corín esquivó los comentarios negativos hacia su obra, en una entrevista que le realizó la TVE y que puede verse en YouTube, la mujer de grandes anteojos confiesa: “Todavía hoy mujeres mayores me dicen: oye, nos has salvado la vida, en aquellos momentos tan represivos leíamos tus novelas y respirábamos, conocíamos el amor a través de ti, los besos, las caricias. Yo escribía como creía que debía ser la vida, y acerté”.
FABIANA SCHERER
LA NACIÓN (ARGENTINA) – GDA