Lic. Ramiro Francisco
En esta oportunidad, permítanme llevarles a algunas experiencias que pueden tener, algunas personas en su lecho de muerte. Creen ver amigos, parientes o hasta mascotas ya fallecidas.
Además de verles, sostienen hablar con ellos, sin sentir temor alguno y hasta muestran cierta tranquilidad y aceptación luego de esas experiencias.
Desconocemos si esos casos entren en lo que ya se conoce como Experiencias Cercanas a la Muerte o ECM, con más de 50 años de estudios con todo lo que eso conlleva.
Nos basta, con citar tan solo tres autores. Todos médicos psiquiatras, que han escrito sobre esos delicados temas:
Raymond Moody, autor de Vida después de la vida. Elísabeth Kublbler Ross, autora de Sobre la muerte y el morir. José Miguel Gaona, autor de Al otro lado del túnel.
Aunque usted o nosotros, seamos renuentes a creer o aceptar, que hay casos que científicamente no llaman la atención, no merecen ser creíbles, no hay pruebas (salvo los testimonios), que tal vez, puedan ser considerados dentro de lo paranormal, existen y suceden, más de lo que uno se imagina.
Lo que sucede ya lo hemos señalado, que al contar en público ciertas experiencias, se puede recibir el título de “disparatoso, embustero, alucinante, loquito viejo, fanático, espiritista o mínimo, ocultista desquiciado”.
Médicos, enfermeras y auxiliares que trabajan en clínicas y los hospitales, en salas de enfermos terminales, si quisieran podrían contar algunas de esas experiencias.
Familiares, por igual. Poco a poco, alguien que haya vivido alguna de esas experiencias con algún familiar, podrá animarse a contar lo escuchado, al dejar de lado el qué dirán.
No olvidar, que esa condición, no necesariamente tiene que darse. Hay personas que están enfermos y mueren, sin tener algún tipo de esas experiencias. Al menos, sus parientes no lo han relatado nunca.
Me atrevo a contar lo siguiente: Nuestro padre, hace 44 años que partió a la eternidad. Estando en su habitación en esa etapa final de su existencia, me encontraba sentado en su cama.
De repente, se colocó de lado y movía sus manos, como si acariciara o peinara a alguien. Sonreía. No le escuché hablar. En eso entra mamá, que le llevaba algo al viejo. Se detiene en la puerta y observa la acción y es cuando dice “ahora estás acariciando a Altagracita”.
Altagracita, había muerto pequeñita. Era la única hembra. ¿Qué podían ver ellos, que yo no veía?
En otra ocasión, pocos días antes de papá morir, estoy otra vez sentado en su cama. El estaba acostado de frente a la puerta de entrada. Me encontraba de espalda a la misma.
De pronto sonriendo exclama – Pencón entra, me alegra verte- Pencón, (no recuerdo su nombre de pila) era uno de sus amigos del Sindicato Portuario. Ya había fallecido.
Un par de días después, falleció papá.
¿Alucinación? Tal vez. Nunca he fumado. ¿En drogas? Tal vez.
La Providencia, el Infinito, Dios o como usted le llame, va abriendo puertas, porque los entendidos…entenderán.