No se trata de la canción compuesta por el puertorriqueño Esteban Taronjí González que inmortalizó la imperecedera intérprete Toña la Negra. De lo que se trata es de la batalla electoral que libran dos mujeres, las ingenieras Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, no por conquistar a un hombre, sino para gobernar a México, cuna de generales y uno de los países más machistas de la región.
El género llama la atención porque es inusual y hasta inédito que dos mujeres corran como favoritas en unos comicios, aunque ambas candidatas, cada una de alrededor de 60 años de edad y que representan al oficialismo y a la oposición, tienen bien definidas sus propuestas.
Sheinbaum, de ascendencia judía, de clase media y perteneciente a los círculos intelectuales, además de exjefa del Gobierno de Ciudad México, tiene un discurso de izquierda. Es respaldada por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que lidera el presidente Andrés Manuel López Obrador, así como por el Partido del Trabajo y el Partido Ecologista Verde de México. Gálvez, actual senadora, de origen indígena y criada en la pobreza, representa al sector más conservador. Es postulada por el decadente Partido Revolucionario Institucional (PRI), el de la Revolución Democrática (PRD) y Acción Nacional (PAN).
Cualquier cosa puede pasar, pero hasta ahora las perspectivas apuntan a que la protegida de López Obrador, que supera a Gálvez en las encuestas con más de 30 puntos, barrerá en las elecciones. Mientras su rival se enfoca en la seguridad, un problema viejísimo en México, ella se centra en el humanismo como base de la identidad; la participación y la justicia en la distribución de los recursos. Ha criticado el neoliberalismo y defendido el modelo implementado por el presidente López Obrador.
Si bien las dos mujeres corren como las principales favoritas, en la campaña compite un hombre, Jorge Álvarez Máynez, de tendencia izquierdista y postulado por el Movimiento Ciudadano, a quien las encuestas le otorgan un pírrico 5% en las preferencias. En otros tiempos la elección de una mujer como presidenta de México, sin importar que sea de izquierda o de derecha, era impensable. Pero en estos tiempos el género ha perdido primacía. En la misma región son muchas las mujeres que han ejercido el poder con más temple que cualquier político.
De todas maneras, aunque se cuente con capacidad y experiencia, y por más sólido que sea el sistema institucional en un país como México, con una violencia tan generalizada, los más grandes carteles de drogas como activos volcanes y una pobreza que constituye un soberano desafío, la llegada al poder de una mujer no deja de crear expectativas.