Sergio Sarita Valdez
Nacer y morir es ley de vida. La dinámica existencial del mundo físico, químico y biológico se caracteriza por un constante cambio que en el reino animal implica nacer, crecer, multiplicarse, envejecer y morir. El Homo sapiens representa el bípedo más desarrollado entre los primates. En su afán por perpetuarse como especie se comporta cual si nunca le llegara el momento de la despedida final del resto de sus homólogos. Vivimos creyendo que fallecen los otros siendo el yo imperecedero. Lo interesante es que llegamos a autoengañarnos hasta perder el sentido de cohesión social. Olvidamos que la soledad es sinónimo de una cámara de gas desprovista del oxígeno presente en todos los otros. Vivir en sociedad implica el compromiso implícito de repartir deberes y derechos. Ningún individuo es capaz de sobrevivir sin el concurso de los demás. La dinámica poblacional del milenio nos señala la importancia capital de las relaciones humanas. Ese tipo de comportamiento es el arquetipo mundial del ser global. La grandeza de un país ya no se mide únicamente por su extensión territorial sino más bien por la intensidad y constancia de su influencia en la vida y las costumbres de otros pueblos y sus costumbres.
La salud ha sido convertida en una mercancía que se fabrica y vende a clientes que tengan el poder adquisitivo para pagar el precio que los dueños de las empresas sanitarias establezcan. La definición de la salud dada por la Organización Mundial de la Salud como “Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” anula en la práctica su condición de Derecho Humano Universal. Desde el momento de la concepción hasta el final de la senectud las personas se ven amenazadas por el desequilibrio orgánico derivado de la calidad, carencias o excesos nutricionales en cada una de las etapas de la vida. Millones de habitantes sufren hambrunas en distintas latitudes de la tierra debido a diferentes motivos entre los cuales se destacan el cambio climático, la contaminación ambiental, los conflictos armados, pandemias, ignorancia y pobreza, entre otras. La merma en el rol estatal limitado cada día más a eufemísticas normativas en los servicios de salud reduce las garantías constitucionales de los gobiernos a asistir oportunamente de forma. Indiscriminada a todos sus habitantes.
Los cadáveres de niños, embarazadas, adultos jóvenes y mayores que diariamente fallecen en el país y que son sometidos a autopsias arrojan una casuística estadística que mete miedo y espanta. Asusta y apena reconocer que millares de los decesos infantiles son evitables, igualmente acontece con las muertes maternas. La obesidad, la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, el estrés, las drogas, los accidentes y la violencia homicida están presentes en un gran número de las defunciones.
Como puede verse muchos de estos males serían evitables a través de políticas educativas preventivas, inmunizaciones oportunas disponibles y asequibles para toda la población vulnerable.
La salud como un derecho ciudadano y deber gubernamental no es compatible con una total privatización de esos servicios. Por ahora recibe atenciones de salud quien pueda pagar.
¡Hasta el ataúd y una cristiana sepultura se le dificultan a quien muere pobre!