Ramiro Francisco
A mis consuegros Renato y Doña Ana en Neuquén, Argentina.
Es Juan en su Evangelio, quien nos narra de manera podríamos decir exclusiva, la historia de Tomás El Incrédulo.
Era uno de los doce, y luego de la resurrección del Maestro Jesús, estando los discípulos reunidos –excepto Tomás- el Resucitado, sostuvo un maravilloso encuentro.
El escritor no da señales, de lo tratado. Da libertad para que usted y yo, podamos pensar. Lo que sí estamos claro, es que nadie le preguntó o más bien solicitó, que les enseñara las marcas de los clavos o la herida en el costado.
Les bastaba con tener allí a su Señor y punto.
Cuando tuvieron oportunidad de ver a Tomás, le contaron lo acontecido, y ahí fue donde este se expresó de la manera que lo hizo, dando a demostrar su incredulidad o pensamiento crítico –pensarán algunos a la fecha- de no creer todo lo que escucha, si se toma en cuenta, que a veces quien cuenta, aunque no siempre, resta o suma algo.
Ocho días después, vuelven a reunirse. Esta vez, sí se encuentra Tomás. Las puertas están cerradas. Recordar ese detalle.
Entra Jesús, se coloca en medio de todos. El entusiasmo, es desbordante. La fe, como ancla cumple su papel. El Maestro se dirige a Tomás. Si, al “incrédulo”, al “bellaco” al “dudoso”. Una mirada tierna, compasiva y amorosa, adorna el rostro del Resucitado.
Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
El resto usted que lee, lo sabe más que nosotros.
¿Quién le dijo al Maestro, lo que había expresado Tomás? No había celular, ni Whatsapp, ni drones ni satélites.
Los niveles de crecimiento y comprensión de cada ser humano, el Altísimo los conoce. No creemos que nadie adquiera elevados conocimientos espirituales “de la noche a la mañana”.
¿Incrédulo Tomás? Esa “duda” no lo dejaba en paz. ¡Quién sabe, las veces que en esos días, estuvieron reunidos los discípulos y el Maestro no se presentaba!
Desconocemos, las veces que el “incrédulo” Tomás, clamó en la humildad de su vivienda, para que se le permitiera ver a su Maestro como lo hicieron sus compañeros.
La duda mueve a investigar, trabajar, preguntar…hasta alcanzar la meta u objetivo.
Cierto que Pedro dudó al caminar sobre el mar. Se hundía, es verdad. Pero se atrevió…y caminó.
La paciencia y el amor de Dios, son infinitos.