La sociedad capitalista, para que funcione como debe ser o como mandan las relaciones sociales de producción, necesita que la burguesía, como clase social, tome el control del poder político. Y no solo que tenga el predominio en la producción económica y las creaciones culturales. Esto así porque es desde el control del Estado de donde se toman las grandes decisiones que afectan a toda la población nacional.
Esa verdad es tan grande que el país que pretende organizarse al modo capitalista sin tener una burguesía que lo gobierne, está condenado a dar tumbos en su historia y terminar en un fracaso previsible. Solo se supera cuando logra aterrizar sus relaciones sociales, económicas y políticas como planteamos en el párrafo anterior.
República Dominicana es el mejor ejemplo de lo que señalamos. Desde que declaramos la independencia nacional, el 27 de febrero de 1844, lo hicimos soñando con ser una sociedad capitalista. Pero ni Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria, ni sus seguidores trinitarios eran burgueses, sino escasos pequeños burgueses. El atraso económico del país no daba para más. Por tanto, no podían materializar sus anhelos de sociedad.
Por esa razón, el general Pedro Santana les comió los caramelos del poder. Era el representante de los hateros, un residuo social de los esclavistas desaparecidos, pero con supremacía social. El caudillo de El Seibo se convirtió en el jefe de las fuerzas armadas y en el primer jefe de Estado. En lugar de crear un Estado capitalista, como lo ideó Duarte, tuvimos un Estado hatero. Por eso sufrimos el funesto artículo 210 de la primera Constitución. Esa es la verdad monda y lironda.
Y cuando Santana perdió la sustancia social que lo mantenía en el poder, malogró el Estado con la Anexión a España, en 1861. De jefe de Estado pasó a ser gobernador de provincia, con el ridículo título medieval de Marqués de las Carreras. Gracias a los guerreros restauradores, volvimos a ser república en 1865. Y la rebatiña pequeña burguesa por el poder generó luchas fratricidas, ingobernabilidad y el desorden general hasta la ominosa ocupación norteamericana de nuestro territorio del 1916 al 1924. Nos dejaron al sanguinario Rafael Leonidas Trujillo Molina, con su tiranía de 31 años, hasta el 1961.
Luego, es historia reciente: Triunvirato, gobierno democrático de Juan Bosch derrocado a los siete meses, Guerra de Abril del 1965, doce años de sangre y balbuceos liberales con gran corrupción administrativa.
Ahora estamos viviendo la llegada al poder de la parte más progresista de la burguesía nacional. Ella quiere crecer en sus negocios e impulsar el necesario desarrollo de la sociedad capitalista. El presidente Luis Abinader la representa. Y avanza sin titubeos en esos propósitos. Amén.