Sergio Sarita Valdez
En innumerables ocasiones hemos escuchado a uno que otro erudito repetir con verdad de Perogrullo el slogan de que “Información es Poder”. La validez de dicho término es muy relativa y de ello nos damos cuenta tan pronto lo sometemos a la rigurosidad de un análisis crítico.
El dato debe ser procesado, validado y confirmado previo a su uso. Mucha gente sana y bien intencionada da como bueno y válido el grueso de lo que ve, oye o percibe.
Son pocos los que aplican el método científico a todo lo que sale a la luz pública. No todo el mundo es consciente de la razón o intención que motiva e impulsa a la divulgación de un documento escrito o noticia audiovisual.
¿Por qué, para qué y para quién o quiénes se genera y hace circular equis información falsa o verdadera?
Se le achaca a Joseph Goebbels, ministro de propaganda del régimen hitleriano, haber sostenido que una mentira divulgada unas mil veces de modo consecutivo podía ser percibida como una verdad. Recordemos que dicha aseveración se hacía en la primera mitad del siglo pasado.
Hoy en día esa falacia puede ser mejorada a través de vídeos editados, con lo cual el falso mensaje simula un realismo que confunde a expertos.
Afortunadamente aún existen medios escritos, canales televisivos y uno que otro portal informativo con equipos humanos de seriedad y valor ético ganados a través del tiempo.
Las redes sociales, los medios escritos, televisivos, radiales, telefónicos y las fábricas de rumores son utilizadas para transmitir mensajes con el consabido propósito de crear una opinión particular o general acerca de determinado tópico o área de interés para cierto grupo o cabeza de poder.
Gobierno, oposición, sectores poderosos construyen su agenda de información diaria, semanal o mensual a servir a su público consumidor.
Muchos sucesos son cotejados y presentados con la consabida intención de provocar cierta reacción en los receptores.
De ahí la importancia que tiene al analizar un titular noticioso el preguntarse la intención implícita o explícita que lleva el formato el mismo.
En el campo científico las revistas cuentan con calificados comités de expertos que revisan minuciosamente durante un tiempo prudente antes de permitir que salgan a la luz pública ciertos descubrimientos y afirmaciones. Aun en estos casos existen los riesgos de errores como ha sido el caso de las vacunas contra el covid-19. Al principio se aseguraba un 95% de efectividad de la primera vacuna creada. Luego se pudo demostrar que ninguna de las vacunas impide la infección del coronavirus. A posteriori se supo que las personas inmunizadas no desarrollaban la forma grave de la enfermedad. Ahora sabemos que las dosis de refuerzo ayudan a reducir la morbilidad y la mortalidad causadas por las nuevas cepas mutantes del virus causante de la enfermedad, pero no evitan la infección. Ya ni el experto investigador está 100% seguro de sus “conclusiones”.
La incertidumbre, la duda y el miedo ocupan hoy el espacio que ayer llenaban la seguridad, la confianza y la credibilidad informativa. ¿Acaso estamos retrocediendo al relativismo de Ramón Campoamor expresado en sus clásicos versos? Acá los recordamos: “En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ Todo es según el color/ del cristal con que se mira”