El periodismo sigue más vivo que nunca a pesar de las transformaciones que se están produciendo a una velocidad inalcanzable. Contar lo que pasa, reflexionar sobre los acontecimientos que ocurren, verter opiniones sobre lo que se estime oportuno es la esencia del periodismo y de la libertad.
Los periodistas creemos que sabemos casi todo, pero con frecuencia no sabemos lo más importante, como aquella insignificancia que pueden ser la clave que explica la realidad.
Este es el punto más relevante del periodismo. Saber relacionar las piezas de una historia hasta hacerla comprensible y veraz.
Ese viejo periodismo fue llamado nuevo cuando Truman Capote, Tom Wolfe o Norman Mailer descubrieron que reseñar la actualidad es algo más que ejercer de fríos notarios, porque la vida, y cualquiera de sus actos, pueden desde la prensa llegar a los ojos del lector.
También esa prosa literaria imposible en medios que se reciclan casi al minuto, como si no hubiese tiempo de parar, engullir y hacer la digestión de las noticias, las que interesan de verdad.
Para los periodistas digitales, parece que lo único importante es saber qué pasa al momento en cualquier lugar del mundo, como si la inmediatez fuese lo único importante en este oficio.
Estamos ciertamente sobreinformados de noticias que no nos interesan. La ansiedad por saber al minuto nos complica gozar de las crónicas, columnas y reportajes de profundidad, cuando una ración diaria de literatura creo que es necesaria en una sociedad que, merced a la economía verbal de las redes sociales, está reduciendo el vocabulario cotidiano. Y no olvidemos que el lenguaje es el mayor activador de la inteligencia.
Pero el reto de hace treinta años es el mismo de hoy. No es otro que saber encontrar una explicación completa, más o menos definitiva, a los acontecimientos que nos toca contemplar para hacer el servicio más categórico a la sociedad.