La primera versión oficial fue que a Franklin Arita, un traficante local, lo habían matado Los Zetas, el letal cartel mexicano. Que lo habían matado de un bazucazo en Santa Rita, Copán, en el occidente del país. Un asesinato grandilocuente, incluso para la Honduras que en aquel año 2011 estaba embarcada en una de las narco-guerras más sangrientas del continente. Todo, en esa versión, terminó siendo cierto. Todo menos los autores de la ejecución.
La versión que implicaba a Los Zetas la dio a periodistas hondureños Juan Carlos “El Tigre” Bonilla Valladares, entonces jefe de la Policía Nacional de Honduras en la región occidental del país, formada por los departamentos de Copán, Ocotepeque, Santa Bárbara y Lempira, por donde pasa el corredor de la cocaína que conecta con Guatemala y, desde ahí, hacia México. El Tigre era, en aquellos días, el mandamás de la policía en la zona, dueño de una reputación de hombre duro, sin escrúpulos.
A Franklin Arita lo mataron, en efecto, de un bazucazo en Santa Rita, un pequeño pueblo ubicado cerca de la frontera guatemalteca y una de las tantas encrucijadas de la cocaína en estas montañas hondureñas por su cercanía con la zona limítrofe internacional, con una pista aérea y con un río. Arita no era un gran capo, pero controlaba el paso por Santa Rita, por el que debían de transitar los grandes señores locales de la coca, como el clan de Los Valle Valle y Alexander Ardón, alcalde de la vecina El Paraíso.
Lo que nunca supo Arita, cuando lo mataron, es que fueron Ardón y uno de sus socios quienes lo mandaron a matar. Y tampoco supo que quien recibió el encargo de asesinarlo no fue otro que el Tigre Bonilla, el jefe policial que ya entonces trabajaba para los narcos, según investigaciones posteriores de agencias policiales estadounidenses.
Fuente: Infobae






