Ramiro Francisco
A mis hermanos, hijas, nietos y nietas.
En mi ralentizada memoria, alcanzo a recordar la única vez que mi viejo, estuvo de observador o fanático en un juego de béisbol infantil, en el que participamos con el equipo de Juan García (El Mayor) contra uno de Montellano.
El escenario fue, el play de El Lodo de la Draga. Ubicado donde hoy se encuentra el parqueo municipal. En el mismo, jugaban pequeños y no tan infantiles.
Los “files” jardín izquierdo y central, se encontraban donde terminaba la Plazoleta, como se le conocía por esos años y que se encontraba con el final de la calle 12 de julio, mientras que el jardín derecho, cerca de un viejo almacén (no recuerdo si de Munné o Bordas).
La hoy calle Profesor Juan Bosch, cruzaba hasta la misma Plazoleta, cerca entonces de la primera base.
Muy por contrario al play en el Pie del Fuerte, en El Lodo de la Draga, no había árboles para refugiarse de los candentes rayos de Sol.
Ni siquiera una caseta o algo por el estilo. Todo el que asistía como jugador o espectador, conocía esa situación al menos, en horas de la mañana.
En la tarde, el refugio era cerca del viejo y largo almacén de Aduanas (Aún se encuentra) donde la sombra y la brisa, mitigaban un poco el calor.
Ese juego, fue en horas de la mañana. Mi papá, obrero de muelle, esa era su zona de combate. Ese día –sábado- no le tocaba trabajar y fue a ver el juego por un rato.
Jugaba en el jardín central y atrapé varios batazos. Muchos de ellos, haciendo gala de por entonces, mi velocidad.
En el bateo, por igual me fue bien. Mi orden al bate era segundo o tercero. Último inning, bases llenas perdiendo por una carrera, me tocó batear y un sorpresivo toque por primera “encendió la vaina” ¡Hubo un pésimo tiro que permitió la entrada de dos carreras y terminó el partido!
Papá satisfecho y contento. Quien gana la guerra, es que cuenta más bien la historia.