A Trujillo le gustaba que escribieran su favor. Y que lo idolatraran. Cada vez que un bardo acusaba bama, el entonces amo y señor de Santo Domingo se las ingeniaba para solicitarle, siempre a través de terceros ”que le dedicara un texto”. Algunos autores aunque no simpatizaban con él, no tenían más remedio que hacerlo para no buscarse problemas.
Pueden ser estas las razones que obligaron a figuras como J. Humberto Ducoudray, Rubén Suro y Max Uribe, por ejemplo, a firmar poemas de ocasión celebrando su figura o sus obras, e incluidos por H.B. de Castro Noboa en Antología Poética Trujillista (Editorial El Diario, Santiago, República Dominicana, 1953) junto a textos de escritores identificados en vida y obra con el tirano como Ramón Emilio Jiménez, J. Tomás Mejía, Armando Oscar y M. Germán Soriano. O lo que es peor, en el tomo “Poetas cantan al generalísimo”, se incluyen nombres de escritores que con el paso del tiempo se volvieron contestatarios como Héctor Incháustegui Cabral, Domingo Moreno Jimenes, Manuel del Cabral, Manuel Rueda, Aída Cartagena Portalatín, Máximo Avilés Blonda, Freddy Gatón Arce, Franklin Mieses Burgos, “y todos aquellos que vivían dentro la República Dominicana y no querían buscarse problemas en la época señalada” (ver “Trujillo: la narrativa de su Era”, de Pedro Richardson, 1981, p. 9). Un caso muy especial lo constituye Juan Sánchez Lamouth, autor de dos libros de versos dedicados a Trujillo, publicados por la editora del Caribe, “50 cantos a Trujillo y una oda a Venezuela” (1958) y “Canto de las legiones de Trujillo” (1959). En este último libro, el autor incluye un opúsculo titulado “Los perros” con prólogo de Marcio Veloz Maggiolo titulado “Hacia una poesía unitaria”. Tanto el prólogo como el poemario se erigen como una crítica al régimen, envuelta en ese flujo metafórico que caracterizó a ambos escritores en esa etapa. Dice Veloz Maggiolo: “Los perros. ¿Qué podría decirse de los perros, esos seres friolentos y noctívagos que pululan por los caminos y narran a la luna su angustia en rito de ladridos” (p.118). Dice Sánchez Lamouth: “!Oh perros, perros míos!/ ¡Hasta cuándo estará esta lluvia oscura/ sobre mi desgarrado corazón!” (p.120). Vale acotar que Sánchez Lamouth, durante su vida fue hombre de bien, humilde, honesto y sin filiación política.
Con independencia de haber firmado textos de alabanza al dictador incluidos en las antologías antes mencionadas, muchas de las figuras fundamentales de la Poesía Sorprendida y de la Generación del 48, también escribían en clave metafórica contra el dictador, evitando así la censura oficial y dejando siempre en sus textos segundas lecturas que en apariencia asumían posiciones de neutralidad política, al estar amaparados por elementos técnicos de vanguardia para la época y envueltos en el culto a la palabra bien escrita.
De este grupo de autores sobresalen los versos de Franklin Mieses Burgos, tanto en su libro “La ciudad inefable”, como en su poema “Sin mundo ya y herido por el cielo” (1944), texto que junto a su belleza estética proclama un grito de dolor por las asfixia social que le había tocado vivir a los dominicanos: “Estamos frente a frente a una eterna verdad/ que nos derrumba a todos”.
Un día de mi juventud le escribí un poema a Fidel Castro. No lo olvido, no podré olvidar aquel par de espinelas en versos libres que titulé “Décimas a Fidel”. Las incluí en mi libro “Soldado del tiempo” (debió titularse “Guerrero del tiempo”) que mereció Primera Mención en el concurso literario “26 de julio”. Se inicia así: “Cuando habla Fidel, el mundo/ habita nuestra palabra”.
Recientemente recibí un correo electrónico solicitando mi autorización para incluir las décimas en una antología de versos dedicados al dictador cubano. Me negué al permiso. Aquel fue un texto de ocasión, escrito en determinado contexto. Algo similar le sucedió al maestro Nicolás Guillen con “Tengo”, canto apropiado para su época, pero imposible de reproducir en la coyuntura actual sin que la parodia o la sonrisa socarrona se dibuje en quienes lo escuchan.
Muchos jóvenes poetas cubanos de mi generación o anteriores le escribimos poemas “al Comandante en Jefe” porque jamás vimos en él a un ser de carne y hueso, sino a un Gran Hermano. Otros, mirando de reojo, lo hacían por sonreírle al proceso político y otros acudieron al hermetismo para telegrafiar su postura antisistema igual que sucedió en Santo Domingo con la llamada Generación del 48 desde la “Página Escolar” del periódico El Caribe.
Pero quienes le cantamos al líder vestido de mesías, no “metimos la pata” porque creímos en algo que él simbolizaba. Igual que los cantos a Trujillo. Ya es muy tarde para ocultarlos en una fosa, o borrarlos. Son recuerdos que reafirman el valor de la individualidad. La mente humana es el peor jefe que existe. Leí una vez que el ser humano no elige a sus dictadores, sino que ellos son quienes los eligen. Sin embago. En mi caso no se escogió a alguien dotado de sagacidad intelectual o sabiduría intuitiva. Fui parte de una masa amorfa, descarnable, preparada para marchar siempre adelante, con los ojos cerrados -o sin ojos-, hacia el abismo.
Si ahora mismo, si el fantasma de Castro se erigiera sobre la enorme piedra oriental que supuestamente cubre sus cenizas -eso dicen- y viera donde vivo, o leyera lo que escribo y descubriera cómo pienso, me viraría el rostro y saliera buscar a otro idiota para extender su aventura.
Lo único que no podría entender mi excompueblano es que no me lancé al mar como las ratas cuando el barco se va a pique. Lo hice mucho antes, cuando mi barco llevaba un rumbo distinto al de mis sueños. Soy un hombre feliz -con el perdón de Silvio Rodríguez- porque sigo siendo poeta, me gano la vida como periodista, ayudo a los demás y escribo estas memorias como parte de un tiempo que no he perdido. Si Dios me quita la vida, quedaré regado en el pasto de las cabras.