Por Héctor Gaud
Las excentricidades y el encenagarse en el fango, era como una especie de micro conducta manifiesta en algunos de los provincianos nacidos y criados en esa pequeña demarcación territorial entre dos calles del aquel espacio donde el atlántico ha visto nacer a tantas personalidades cultas y nobles del pueblo.
Aquello surgía como si fuera de la nada. La calle Separación, por citar un ejemplo, fue una de las calles donde se registró una de esas extrañas manifestaciones y, obviamente, como los bloques de las viviendas están estructurados de forma tal que, las propiedades localizadas dentro de ellos están rodeadas de cuatro calles, dos calles horizontales paralelas entre sí y, dos transversales ubicadas en los extremos de los bloques. Los hogares de las calles paralelas estaban colocados de forma tal que cada una compartía el patio trasero de la otra, lo que permitía que, entre esas calles horizontales, los vecinos se comunicaran y cruzaban de una calle a otra, por el interior del patio. Por esa particularidad, los vecinos de la calle San José o, calle de Los Burros también fueron testigo de lo que ocurría en las otras dos las calles del barrio: la Separación y la Padre Castellanos.
Lo ocurrido fueron las vivencias de una familia totalmente normal y que accionaba como un modelo referente de las buenas normas y costumbres provincianas de entonces. Era un prototipo de un núcleo familiar común, formado por el padre, la madre y cinco hijos. Dos hembras y tres varones. La figura materna fue una especie de celebridad del pueblo por las excelentes condiciones y habilidades deportivas mostradas en la práctica del voleibol. Los hijos asistían al colegio San Felipe, donde fueron educados en su preparación básica y secundaria. Compartir con ellos las travesuras y sanas andanzas era algo rutinario y normal hasta que lo extraño hizo su aparición.
Un día, parece que, al florar de los cambios hormonales propios de las adolescencias, los ángeles y demonios de Dan Brown y los advertidos ciudadanos de Lot en el libro de Genesis, empezaron a realizar acto de presencia en aquel noble trozo de vecindario atento, solidario, tranquilo y sereno. Las señales de lo que era lo propio y normal, empezó a sufrir alteraciones que llamaban la atención y rayaban en lo impropio y pecaminoso. Las que debieron ser preferencias heterosexuales básicas estaban siendo embestidas por la influencia de los efectos de la post modernidad y, las cosas cambiaron.
Aquella esbelta chica del barrio estaba cambiando y asumía con toda normalidad la función contra natura de su ser. Hablaba de sus conquistes y aventuras sostenidas con sus semejantes pares de género. No se avergonzaba de nada y daba evidentes señales de la aceptación inequívoca de su nuevo rol en la vida que le correspondió vivir en este lugar donde todos los cuerpos son atraídos hacía el centro de la tierra por aquella magia de la gravedad. Ella llegó a ser llamada Miguel, en franca abolición de su femenino nombre con el cual había recibido el sacramento del bautismo. Lo mismo también le ocurrió a uno de sus hermanos, aunque a este no se le conoció cambio de nombre, pero, obviamente, en la misma dirección, pero con atracciones contrarias. El núcleo de amiguetes del sector, a pesar de las bromas y jocosidades que matizaban las conversaciones de aquel fenómeno, no podían salir del asombroso hecho que acompañaba sus pasos.
El barrio comenzó a cambiar, dando lugar a los desenfrenados comentarios y cuchicheos motivado por el morbo de los semejantes que no salían del asombro y curiosidades por lo que ocurría. Pasaban los días y el transcurrir del tiempo, mientras aquella bola de nieve de caribeña estirpe no se detenía en su aberrante crecimiento.
Las curiosidades del barrio relataban la inconformidad mostrada por uno de los representantes de la masculinidad del entorno, cuando se conoció de la hermosura de mujer que aquella convertida en la nueva Miguel logró conquistar, en franca demostración de la fortaleza que pudo desarrollar aquella representante del erróneamente identificado como el sexo débil. La Miguel no presumía de sus encantos, porque no era evidente que los tuviera, pero, alguna condición extraña desarrollo para ser galardonada con el resultado de sus logros en los amoríos de sus iguales.
Fue patético observar la conclusión del proceso fecundado en aquel inocente y femenino cuerpo donde una especie de fenómeno metamorfósico convirtió a la imagen de esa inocente niña en ese marimacho cuerpo sin haber sufrido la más mínima intervención del bisturís.
Así fueron las cosas, el transcurrir del tiempo creó largas distancias que apagaron el inmenso fuego de aquel barrial entorno y, encendió inextinguibles llamas que la Miguel del aquel sector logró extender más allá de lo humanamente imaginable.
Así como el polémico resultado en Sodoma y Gomorra, luego de Lot haber sido advertido de lo que ocurriría por la desobediencia humana en esos dos lugares, en el pueblo se registraban conductas y manifestaciones que presentaban un extraordinario paralelismo con este tipo de naturaleza conductual, sin valorar ni importar sus respectivas consecuencias.
¡Qué pena!