Por Héctor Gaud
Ocurrió el pasado lunes. Era necesario participar en una convocatoria al entrar al inicio de la noche, donde aún las imprudencias de los transeúntes citadinos y la cálida temperatura imperante se combinaron muy bien para aumentar el grado del fuego en torrencial sanguíneo de los seres humanos caribeños.
Consumada la convocatoria, lo subsiguiente era como regresar de un viaje a lo insólito e impresentable. Terminado y abandonado el evento, la alternativa más idónea era un simple regreso al hogar, tomar una ducha y ceder la oportunidad al accionar divino para que juzgue lo ocurrido.
Al salir de la ducha, observo una especie de complicidad conjugada entre el ordenador, el teclado y el mouse. Me miran y escucho su llamado para tomar asiento frente a ellos y proceder a drenar con los glifos de idioma castellano las ideas y pensamientos sobre lo ocurrido.
Entonces, resultaron los párrafos de lo que a continuación resultó ser de ese guiso de expresiones. Aquí está compartido con título y todo.
Así logré descargarme:
Crónica de aun acto de cobardía aberrante
A la llegada a aquella especie de coliseo romano, una gran parte de los convocados eran recibidos por el bufón principal del rey para conducirlos al área derecha del salón para asegurar su participación en el lanzamiento de las voces disidentes hacia las garras y los incisivos dientes de los leones que esperaban en aquella arena.
A los de libres pensamientos y contestarios del rey, el bufón los dejaba libres, con la esperanza de que el ángel Lucifer le acompañara en su camino donde serían lanzados al lago de fuego para que fueran consumidos por los mil grados de temperatura y ser convertidos en ceniza.
Acto seguido se convocó a los asambleístas para que tomaran su asiento porque ya en la primera convocatoria no se logró el cuórum requerido y, los estatutos establecen que se hace la segunda convocatoria con los socios presentes.
Una de las actrices del elenco informó la cantidad de corifeos que asistirían al acto del sacrificio de la verdad, sin comunicarles como serían conducidos a los tablones del patíbulo para ser acusados de faltar a la verdad y ser decapitados sin derecho a ningún recurso de los elementales fundamentos de justicia.
Acto seguido, se mencionaron los nombres de los honorables que estaban presente y quienes se alzarían con el botín saqueado por los modernos piratas caribeños residentes en la segunda isla de mayor tamaño del archipiélago donde los corsarios comandados por el genovés y subvencionados por la reina Isabel, llegaron en su primer viaje.
Harry Houdini no pudo asistir al teatro porque parece que su ticket de primera clase no le llegó a tiempo. Lo que implicó que el acto de magia no sería posible. No obstante, las herramientas de la sin razón, el uso de la fuerza, el autoritarismo de un rey líder que se considera por encima del Dios de Jacob, del Dios de Jesús, de todos los terrestres y, la asistencia de tontos útiles, quienes permitirían aprobar un acto de mucho mayor relevancia al de cualquier acto de magia del gran Houdini.
Luego, se comunicó a la concurrencia las reglas del parlamento que entrarían en vigor, donde sólo tendrían la palabra la actriz y el rey actor principal, sin que nadie más tuviera ese derecho. Porque era un derecho reservado para los dioses.
Iniciada la obra, el rey actor principal hace señalamientos directos a uno de los asistentes a la presentación de la obra, elemento que pudo ser capitalizado para realizar imputaciones sesgadas, faltándole a la verdad, sin ni siquiera tener la delicadeza de narrar todo el contenido de las imputaciones, ni mucho menos, tener la bondad de permitir el derecho a réplica, violentando lo establecido en parte de los estatutos que formaban parte del libreto de la obra.
Ahí quedó evidenciado una vez más que Houdini no pudo llegar a tiempo para hacer su acto de magia, lo que implicaba que se debía actuar de forma aberrante, sin el menor respeto humano y, sin el más mínimo uso de la verdad. El poder de la fuerza irracional se imponía porque el acto corría el riesgo de ser arruinado, entonces, los honorables invitados podrían ser decepcionados y tener que salir sin el cofre que los piratas caribeños le habían ofertado para ser entregado en ese mismo acto.
Lo amable y sutil no tenían espacio en esa obra teatral. Para mantener el ánimo de los corifeos asistentes, era necesario que los actores actuaran hábil y ágilmente. Entonces, como la acústica del lugar no era muy buena, frente a la gran audiencia, el recurso del micrófono era imperativo. Desesperadamente, los actores se intercambian el micrófono y unos folios donde estaban los escritos del Sanedrín que sacrificarían al imputado principal y, por vía de consecuencia, a los inocentes corifeos que hipnotizados eran invitados a levantar su mano derecha cuando el rey actor principal lo solicitara, sin tener la más mínima idea de las consecuencias del acto de sacrificio. Ignorando que también estaban siendo conducidos allí para ser decapitados con su propia aprobación.
Invitando a uno de los actores secundarios para que subiera al escenario y procediera a realizar el papel de Escriba de los del número del distrito y así certificar con el sello de cera el lamentable y bochornoso resultado, donde certificó que de los 615 asistentes, 610 de ellos habían dado su aprobación, olvidando burdamente que las voces disidentes éramos más de cinco.
Olvidado el acto de juramento frente a las tumbas de sus padres y a la presencia de sus hijos para proceder con la entrega de la corona a la generación de relevo, se procedió a consumar el hecho con la debida y lamentable aprobación de los corifeos y, los consecuentes abucheos a los disidentes de ese horroroso y fallido acto de magia.
Los dos actores principales sorprenden a la audiencia haciéndole saber que la obra había terminado. Entonces, en los corredores de esa especie de coliseo, mientras los corifeos se retiraban del lugar, mostraban un lenguaje corporal que implicaba la lectura de no haber entendido por qué asistieron a esa especie de matadero humano, desconociendo las implicaciones y consecuencias de esa inconsciente aprobación.
Como lo dijo ese gran héroe de la revolución cubana el 16 de agosto del 1953, mientras se le celebraba el juicio por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo: “la historia me absolverá”