En los atardeceres de la época, en esa esquina del barrio era normal ver manifestarse cierto dinamismo particular del entorno. Allí confluían la casa del corpulento y gallardo compueblano que durante el día se dedicaba a la fabricación de los mosaicos que luego se convertirían en las piezas que adornarían los pisos de las nuevas construcciones de las edificaciones, viviendas y los remozamientos de las que eran sometidas a remodelación y mantenimiento.
En el ocaso de los atardeceres, especialmente el día sábado, era frecuente verle regresar en su exuberante embarcación con sus dos grandes motores fuera borda, cuando regresaba con el fruto de la pesca de la faena del día, siempre acompañado de su fiel mulato ayudante que le apoyaba en aquella tarea y, que una vez fue elegido para salir al rescate de unos atrevidos mozalbetes que se fueron a pescar en su pequeño y artesanal velero, quedando a la deriva como resultado de haberse quebrado el mástil de la vela de esa diminuta embarcación.
Al otro lado de la calle había un solar que colindaba con el instituto de mecanografía, donde anteriormente vivió la familia del famoso médico antitrujillista de apellido catalán. En ese extremo, justo en la calle Padre Castellanos, la casa donde estaba el estudio de fotografía que sirvió para conocer la magia resultante de la combinación de las micropartículas de plata y la hidroquinona, manifestada en el revelado de los negativos de los rollos de fotográficos, cuando eran expuestos a la oscuridad y un tenue rayo de luz roja. Este estudio era propiedad del mismo ciudadano que pintaba los letreros de cine Roma, para anunciar las proyecciones de las películas. Obviamente, en aquel tiempo aun la modernidad digital de la fotografía dormía una especie de sueño eterno que, resultó no ser eterno.
En ese terreno baldío de la equina se jugaron buenos encuentros de pelota, los cuales una vez fueron interrumpidos por la instalación de unos juegos de diversión, donde había sillas voladoras, caballitos y el famoso juego del “suéltalo”.
En el ángulo de la otra parte de la esquina residía un prestigioso abogado del pueblo quien creó una preciosa familia con su esposa y dos procreados hijos, propiedad que estaba contigua a la del otro famoso abogado que ocupó la posición de senador del gobierno de los doce años y, quien también formó familia con otros dos hijos.
En la casa de la otra esquina, pintada en ese color con tonalidad parecida al de la mostaza, también residió otra familia del pueblo. La madre, de canoso pelo, gafas en sus ojos y de baja estatura, a quien se le observaba el gran amor manifestado a sus hijos, tanto al que trabajó en la empresa licorera, como al que sobreprotegió de manera especial por alguna desconocida condición.
Este otro hijo era delgado, con características muy especiales en su mirada y en su conducta. Era un consuetudinario practicante de la religiosidad pueblerina, manifestada con sus diarias visitas a la iglesia para acompañar a su amada madre durante las misas y los rosarios que se impartían en ese recinto católico durante las noches.
Residía al lado de la casa donde estaba ubicada la barra El Polo, de quien no quería saber ni en pintura. Cuando se daba su borrachera se paraba en medio de la esquina formada por las calles Duarte y Padre Castellanos, donde expresaba su dolor por el aparente desamor que le afectaba. Cuando los niveles de impertinencias, producto de los efectos del alcohol, sólo era obediente a las arengas provenientes y expresadas por su otro hermano mayor.
Mientras él era acompañado de la sobriedad, su conducta era semejante a la del ángel Gabriel, no para llevar el mensaje enviado a María por sus seis meses de embarazo, sino cuando iba al colmado Idalia para hacer los mandados y las compras que su madre le encomendaba, cualquiera lo compraba por lo que él decía que valía y no por su valor real. Leonardo, el buen samaritano dependiente del colmado, le hacía cualquier tipo de broma, pero, el hijo que sabía ser noble mientras estaba sobrio, asumía aquellas bromas con tono de buena onda respondidas con amables sonrisas.
Esa esquina del pueblo era rica en contenido autóctono. En su entorno también estaba ubicada la propiedad de otra numerosa familia, con varios hijos, dentro de ellos una pareja de mellizos donde, uno de ellos, supo hacer su propia historia, pero, la más importante fue la del padre. Ese trabajador e incansable ser humano, con apellido semejante al de una estructura propiedad donde solo los miembros de la nobleza pueden residir y, que se su fama trascendió, no por sus méritos personales, sino por el onomatopéyico resultado del sonido que su medio de transporte generaba mientras circulaba por las calles del pueblo.
¡Así fueron las personas y personajes de ese entorno!