Jonathan Haidt la vio, porque a partir de esta tesis, el libro -que salió hace un par de meses- tuvo mucha repercusión y ventas en todo el mundo.
Y también generó polémica. Otros expertos salieron a señalar que la conclusión no está respaldada en la evidencia científica.
Pero más allá de si la evidencia es correcta, el solo hecho de que el libro de Haidt haya causado tanta repercusión muestra que hay un malestar -y una genuina preocupación- en relación al uso que están teniendo chicos y adolescentes de productos diseñados claramente para un uso adictivo como son las redes sociales.
La preocupación se extiende a los problemas de aprendizajes que sufre todo el mundo occidental. Porque no es solo en la Argentina donde los chicos están teniendo fallas en la compresión de textos, por ejemplo.
¿Hay correlación directa entre el uso masivo (y hasta adictivo) de las pantallas y la crisis educativa en el país? Nadie lo puede afirmar con seguridad -son muchos los factores que influyen- pero cada vez se encienden más luces de alerta.
A punto tal que la Unesco publicó, el año pasado, un completo informe dedicado a los riesgos del uso de la tecnología en el aula, y en el que recomienda a las autoridades que pongan reglas claras para mitigarlos.
En momentos en que en la Argentina se debate cómo se desregula todo, cómo seducir a las grandes tecnológicas con menos regulación (que es lo que piden) para que vengan al país, quizás haya que pensar justamente en todo lo contrario.
No se trata de prohibir ni de entrar en pánico bobo. Pero sí pensar cómo generamos, desde la sociedad civil y el Estado, un debate serio para cuidar a los más chicos de la crisis de salud mental que están viviendo y en la que, muy probablemente, las redes sociales tengan mucho que ver.
Como Jonathan Haidt la vio, y lo escribió.
Fuente Clarin