Roberto Rodríguez Marchena, fallecido el martes, fue uno de esos raros ejemplos en el ejercicio de la comunicación política dominicana: un vocero profesional, disciplinado, profundamente consciente de su rol institucional y diplomático en el trato a los demás.
Durante los dos periodos presidenciales de Danilo Medina (2012-2020), Rodríguez Marchena no solo fue el portavoz del gobierno. Fue, en gran medida, el arquitecto de una narrativa que buscó construir una imagen de cercanía, eficiencia y sensibilidad social para un presidente que, por naturaleza, era más reservado que expresivo.
La transformación de la Dirección General de Comunicación (DICOM), bajo su mando, no fue casual: fue una apuesta pensada para elevar los estándares del discurso oficial y dotar de coherencia a la comunicación gubernamental.
Marchena entendía el poder de la palabra y, sobre todo, el valor de la forma en que se dice. Nunca fue un improvisado. Cada mensaje, cada video institucional, cada declaración desde el Palacio Nacional llevaba la impronta de alguien que había estudiado, reflexionado y planificado.
Si bien sus detractores cuestionaban el uso intensivo de la maquinaria comunicacional del Estado, nadie le discutía la capacidad técnica ni el nivel de articulación de sus intervenciones.
No era un simple repetidor de líneas partidarias. Era un vocero con criterio, que sabía cuándo hablar y cuándo callar, cuándo elevar el tono y cuándo moderarlo. Incluso en los momentos de mayor presión -escándalos, críticas, protestas- supo mantener la compostura y actuar con prudencia.
Más allá de su alineamiento político, que nunca ocultó, Rodríguez Marchena elevó el perfil del vocero presidencial, transformando ese cargo en un puesto de responsabilidad estratégica y no meramente decorativo. Su estilo, pausado pero firme, y su insistencia en comunicar con claridad, marcaron una etapa que, guste o no, dejó huellas en la forma en que el poder se relaciona con los medios y con la ciudadanía.
Fuente: El Nacional